Sergio Andrés de León nació en Nueva York en 1972. Se ha dedicado a actividades variopintas después de haber abandonado las divertidísimas cuestiones del Derecho. Pinta, escribe, baila tap, fuma puro de vez en cuando y baila con la mejor delas técnicas. Por el momento vende "tiempo compartido". Usted manda sus generales y Don Sergio se pone en contacto con usted. !Aproveche!

2.10.2009

PARAÍSO EN RUINAS


ESCRITO EN LAS HORAS MUERTAS DE LA OFICINA EN 2001



Si están en ruinas los cimientos
¿qué puede hacer el justo?
Salmo 10-3


I
Una furiosa llamarada que todo lo consume,
un fantasmal temor en los riscos
un hechizo que no se puede conjurar
una existencia maltrecha en sus fronteras

Y la trémula conciencia se balancea
en una forma acrobática
preguntándose acerca del todo
y en su anhelo de respuesta
palpa su manifestación corpórea
para decir al Mundo: ¡sí, soy!
Pero en su opaca certidumbre, duda: ¿soy?
Y cae.

Alrededor de su invisible pero real límite
escucha las notas del melancólico fagot
que disfrazan el miedo de Ser
en un mítico sudario que
entre destellos
luce como una orgullosa bandera
que ondea y blande en su centro un signo: ?

Un signo tan leal a la esperanza
como puede ser ésta al Mundo
Y en su cansino y marchito ondear
francas risas se entremezclan con las notas
del cínico fagot y del arpa fatigada.

[Y la pluma que la mano empuña
traza sus propios signos]

[Es lo sensual que penetra en la roca]

Furiosa llamarada
de un combustible
al que la conciencia
teme nombrar.


II
Inmensa catedral la de los sentidos,
flota en el ábside el Cristo inmóvil.
Flota, pétreo, en su cruz de infinito,
atravesado por la llamarada de Conciencia

A los pies de Cristo
el Hombre desnudo,
pleno en su intensa fragilidad corpórea,
atravesado por una llamarada,
víctima de sí mismo,
inicia un desconsolado vuelo.

Rezar y enjugar la profunda herida existencial.
Es el animal herido que lame sus llagas.

Víctima de sí mismo, desnudo, frágil,
se levanta entre ruinas insaciables.
Entre las pausas emerge de sus tiránicos apetitos
para volver a su obstinada postración.


III
¿Qué puede saciar esta sed?
¿Acaso es el Dios magnánimo
el que con un ligero roce de su cercanía
me apartará de los lúgubres
desfiladeros de la desesperación?

Ese ser de la inconformidad,
el hartazgo de Ser
y No Poder Ser.
El machacar del somos lo que somos,
la elástica frontera que separa
lo que negamos y lo que
a final de cuentas
somos.

Respirar entre ruinas,
inhalar el polvoso presente
de una tierra de crueles agracejos.
Suspirar y preguntar en medio
de la desolación
¿dónde está el paraíso?

¿Acaso la conciencia me debo conformar
con los sucios retazos de luz
que el Mundo arroja?

[Anhelar la luz]

Fugaz e indiferente se escapa,
como la arena como el agua,
en las imposibles jaulas de las manos.
Se escapa la esencia quizá cristalina.

Se escapa y la echamos de menos siempre
…siempre…


IV
Las cuerdas de una guitarra.
Tintinear de botellas.
Gritos proferidos por los Alegres
-esa secta de pobres diablos-

Es la vida que suave se desliza
entre sueños y pesadillas.
Es la vida que se desliza.

[La tinta sigue su curso sobre el papel.
¿Qué escribió hace años en la otra cara de la hoja
el niño que fuiste?

Recuperados nuestros espíritus
Salimos de la endemoniada casa]

Triste versión de Dios
el hombre sumido en sí mismo,
anhelante del vértigo creador,
como si la palabra fuese
un proyectil de intensidades
o como si la voluntad
fuera un cielo
de prudentes
y laboriosos ángeles

¿Perder la conciencia en código
y abrir la inédita puerta
de lo que pareciera no tener fin?

Qué pretensión la de atravesar el tiempo
sumido en sí mismo
ahumando de incienso el altar
y entonces la magnífica visión:
el inspirado hálito de los ángeles.

Sobre la tierra otoñal,
los cabellos inexorables caen.
Es la vida que se desliza.


DELENDA CARTAGO
La vida suma y resta,
decía mi abuela.
Mi abuela que murió tranquila en su cama.

Se te va a secar la mano,
sentenciaba como un oráculo mi otra abuela.
Mi abuela la que murió en una cama de hospital.
Sentenciaba mi abuela Clara de Jesús
quien yacía sobre un helado lecho de metal.

Desnuda, vieja, carcomida por el jején del tiempo,
repleta de muerte,
ahíta de su muerte.
Su rostro hinchado,
su cansada piel.
Todo en ella era la muerte
Y el río de su muerte
no era sino la vida
que fluía.

Te voy a zumbar,
decía mi abuelo cuando se enojaba.
Mi abuelo el que murió silbando en su cama,
que la muerte hiciera lo que
le viniera en gana. Sí, señor.
Mi abuelo el que no creía
en la vida después de la muerte.
El que blasfemaba.

Y los tres partieron
en sendas bolsas de negro plástico.
Y sólo era la vida que se deslizaba.
Nada más.


V
La tierra que haces fértil con tu sudor
fue habitada por seres como tú:
hechos de carne y hueso,
acosados por los mismos miedos,
visitados por los mismos fantasmas,
perseguidos por la misma sombra.

La tierra que hieres con el azadón
sabe a principio y fin.
En ella habitan diablillos traviesos.


DELENDA CARTAGO
Encontré en la tierra recién labrada
un travieso duende con ojos de diamante,
lo guardé en mi bolsillo.
Paso a paso
su idioma desconocido,
paso a paso sus bizarrías
y no pude más:
lo aplasté contra una roca


VI
Se abre entre la frontera de los dos cuerpos
un abismo insondable al que precavidos nos acercamos.
Entre nubes el insolente hijo de Venus
nos dice: no teman, los límites de sus cuerpos
son fantasías, ilusiones finitas.

Es el arrojo lo que os hará Uno.
Basta con tener Fe en el sino metafísico
de dos almas enamoradas.

No teman arrojarse a este dichoso abismo sin fin.
Estas profundidades tienen un nombre
invocado por los amantes, por los libres,
por los que viven sin ataduras.

[Tu cuerpo es una tierra que
de cuando en cuando
se abre como una hermosísima
rosa hambrienta]

[También era su boca un abismo,
mas luminoso]

Embelesados por las palabras del sensual dios
no hacemos caso de la mesura, de lo correcto, de la razón
que alienta a vivir sin riesgos.

Perdido el aliento en este eterno instante de valentía
nos arrojamos en la gracia oscular del abismo
y caemos creyéndonos Uno.

[En el abismo mi lengua un húmedo bisturí
que desea extirpar de tu vientre una rosa]

[En el abismo mi boca quiere robar
a tus senos una perla]

[De tu entrepierna brota
un dorado trigal]

[Es tu boca un abismo
más luminoso]

Sabemos ya del cruel engaño:
es vano el intento por ser Uno sólo.
Los cuerpos se engañan aun en el paraíso de la entrega.
No pueden complementarse el uno al otro.
¡Qué fastidio no poder entrar realmente en Ti!

[En ese abrazo abismal perdimos la inocencia]

Ya en cada beso
saboreamos la decepción
de no poder destruirnos uno dentro del otro.
No podemos respirar el Universo de nuestras ruinas.

[Serena derrota la tuya:
yaces tierna en la barca del tálamo,
me miras escribir en la tempestad
mientras tú navegas en suaves aguas]

[Acobardada por el vértigo
mi conciencia se enfrenta al infiel espejo del papel.
Escribe, dice ella:
Querer escapar de la intensidad del Tiempo]

Despertamos en un paraíso en ruinas


VII
El humeante hilo del insomnio traza nítidas,
míticas figuras

¿no es aquélla una gorgona hambrienta
del fatuo civilizatorio que nos ahoga?

¿no es esa forma ya extinguida
el grito bélico de un fanático?

[En la casa del vecino
una niña regaña al perro:
¡Firulais!, la realidad no se muerde]

¿Estas formas que se acercan
serán tropas demoníacas
que acuden a cumplir
polvosas profecías
o sólo soy yo?

Y ese signo, Téofilo, que lento se forma
con las volutas humeantes,
¿en verdad me hará vencer?


DELENDA CARTAGO
Una ráfaga de viento irrumpe
a través de la ventana.
Sacude con estridencia
la fina cristalería de la memoria.

El viento eleva a Fifí con su largo
y blanco vestido.
Su larga cabellera emite hechizantes
notas de fatigada arpa.

Etérea, Fifí, escapa por la ventana.
Se desliza en el cielo nocturno.
-Algún día te atraparé, Fifí, algún día-,
dice Teófilo.

Recuperados nuestros espíritus
Salimos de la endemoniada casa.


VIII
Cunde en el aroma del alba
un salino y misterioso acento subversivo.
El mar con sus brazos de espuma
todo lo traga y lo devuelve.
El mar…

Retumba en el hall (en lo real)
una risa idiota.
Playa ennegrecida,
brillosas oleadas negras
cubren las rocas,
desfallecientes nutrias,
gaviotas de luto picotean
su infame plumaje de aceite.

El mar con brazos de espuma

Lejano el mundo desde esta bahía
-amigo Teófilo-
la vista se enamora de las sombras
y esa sirena, amigo, es una de ellas.

Sirena el futbol.
Los héroes disputan la gloria
y en las frías gradas:
Delenda Cartago: golpes,
aplastamientos, rocas, macanas.

Y parece haber tanta heroicidad
en lo real.

No somos héroes
de esos que encajaban
el frío acero de la espada.
Algo de gallardía y valor…
parece no ser mucho
pero basta para vivir
en las opacas ruinas del mundo.

Lo real: encalla la risa idiota
en el agudo arrecife del televisor:
sirena la niña morena
con su negro y burbujeante refresco.


DELENDA CARTAGO
¿Recuerdas aquél hermoso jardín de la patria
donde lo mismo brotaban los rosales
que las gardenias y las bugamvilias?

¿Te acuerdas que siendo niños
jugábamos en los benditos prados
y que en el antiguo kiosco
dimos el primer beso?

¿Recuerdas a los viejos
en sus crujientes mecedoras,
las historias de piratas
y cómo nos emocionábamos
con las princesas robadas?

Quizá no se te ha olvidado el aroma
de las golosinas del tendajón,
ni el peligro de las aventuras en el bosque,
ni el fresco sabor de las nieves del verano.

¿Recuerdas el tren que nos llevó al sur
en la trepidante adolescencia
y cómo las manos de nuestros padres
nos despedían tristes y amorosas?

¿Te acuerdas de los vertiginosos paisajes?

Y yo le respondí:
-No señor, no lo recuerdo.
Recuerdo un jardín seco y empolvado…
recuerdo extensos terregales
y eso del primer beso jamás pasó.

No, Teófilo. Esa patria de la que hablas
no existió, ni existe, ni existirá.

Nostálgico mi amigo se fue
Con las manos en los bolsillos.

La vida que se desliza.


IX
Bajo su tétrica sombra: el futuro.
Crecemos con la frente marcada
por una palabra que grita
en su cenotafio de fuego: vida


X
El Mundo cruje,
escuchar del envigamiento el tronido,
el tremor de los cimientos.

El Mundo amenaza con venirse abajo.

El Mundo cruje,
los profetas salen de sus cuevas
y hablan pausadamente
diciéndonos que somos
como la bestia y el ángel.

El Mundo cruje,
y los sabios desempolvan sus libros,
sacan a la luz sus crípticos mensajes

Cruje el Mundo
C r a c k

El Mundo cruje.
De la bóveda celeste el bamboleo.

De entre las ruinas
la bestia calibanesca,
babeante,
babélica,
bamboleante.

La Bestia:
El alma conquista
Lo que el cuerpo desea.


XI
Nacemos entre suaves espinas,
aprendemos a caminar con vocación de invalidez
y en algún momento de la vida una luz,
una Voz, el tacto de lo Supremo,
la fuerza de un titán
nos revienta la conciencia
con furiosas dentelladas.

Nos secuestra el alma para rodearla de mieles.
Una Voz que dice:
tu destino es una hogaza de pan,
un ánfora de exquisito vino
para la embriaguez eterna.

Pero en el sueño se quiebran los odres,
el pan enmohece
y esa Voz es una caterva de llamaradas.

Y en la vorágine una señal,
una sombra que se acerca entre nubes.
La Voz: te ofrezco este cáliz.


XII
Nadie yace en los dorados campos.
Pasan los días ante nosotros
y nadie piensa en regresar a las estrellas.
Nadie yace sobre la hierba
mordisqueando una espiga.

XIII
Supremo cáliz de lo humano:
redención de la congénita angustia.
Derrotar la espiga que nos nutre
y alimentarse de esencias de arrojo.

No nos alejamos del hambre de precipicio,
pero ya somos como el ángel travieso
que gozoso juega en el filo del precipicio
sin pensar en la mortalidad de la caída.

Es un delicioso caer,
una sensación luminosa.
Desaparecer entre llamas de luz,
y en la caída volar con las formas
que construyen lo que trasciende.

Pero es verdad que no caemos.

Elevarse hasta la más alta cima
y gritar en lo invisible del eco:
¡Delicioso cenit del iluminado!

Y caminar entre estas dichosas ruinas
hasta el final del camino
y Dios con su signo
nos recibe con una sonrisilla burlona.


EPÍLOGO
Teófilo busca atrapar a la Fifí
con una red caza mariposas.
Y qué bueno que te entretengas cazando vientos
¿de qué otra manera podemos vivir los hombres
en este paraíso en ruinas?

Vivimos en las ruinas del Mundo.
Deseamos el néctar de lo imposible,
aroma ambrosiaco de lo tantálico.
Indómito mar de la humanidad,
ese animal incansable,
nos arroja al arrecife de nuestras ruinas.

Yacemos en la playa
víctimas del amniótico naufragio


ciudad de México, diciembre 2001