Sergio Andrés de León nació en Nueva York en 1972. Se ha dedicado a actividades variopintas después de haber abandonado las divertidísimas cuestiones del Derecho. Pinta, escribe, baila tap, fuma puro de vez en cuando y baila con la mejor delas técnicas. Por el momento vende "tiempo compartido". Usted manda sus generales y Don Sergio se pone en contacto con usted. !Aproveche!

2.16.2009

LOS PAPÁS DE LOS GRANADEROS

En 1968 mi papá no era lo que se dice un jovenzuelo. Tenía sus cuarenta años bien cumplidos. Mi mamá dice que su esposo, o sea mi papá, dejó de irse de juerga como a los sesenta años (cuando ella cuenta esto mi papá pone cara de nostalgia). De toda esa época se dicen muchas cosas, pero una de las más interesantes sucedieron durante el espeso año del 68.

En ese entonces mi padre trabajaba a marchas forzadas en Villa Olímpica, para dejarla a punto para las Olimpiadas. Acababan de suceder los hechos del 2 de octubre cuando mi padre se relajaba en una cantina del centro. Brindaba con los demás ingenieros y, de pronto, entraron a la cantina diez soldados. Éstos les ordenaron a los parroquianos ponerse de pie. Todos se levantaron menos uno. Uno de los soldados se acercó a mi padre y gritándoles le preguntó por qué no se levantaba. Según uno de los testigos mi papá le dijo al soldado que no estaba de acuerdo en que anduvieran metiéndole miedo a la gente nada más porque sí. El soldado lo tomó del brazo para llevarlo afuera de la cantina. Mi papá le dejó su cartera, reloj y pidió que le avisaran a mi mamá. Salió mi papá, lo presentaron ante un militar de mayor rango y, luego de un breve interrogatorio lo dejó ir. Bueno, existe una hipótesis alternativa sobre este caso, la cual dice que mi padre no se levantó porque no pudo.

Pero hay otra experiencia aun más interesante de mi progenitor en ese año. Cuando las obras de Villa Olímpica fueron concluidas se llevó a cabo una gran pachanga entre los arquitectos, ingenieros, albañiles y demás involucrados. Después del 2 de octubre los ánimos no estaban muy elevados. Ya entrada la noche, y con los invitados ya medio borrachos, una señora arquitecto tomó la palabra en el banquete.

- En vista de los terribles acontecimientos que han sucedido yo quería recomendarles una cosa. Que hablen que sus hijos, que les digan que se estén tranquilos, que no se metan en problemas. No vaya a ocurrir otra desgracia. Hablen con sus hijos, por favor-. El silencio se hizo en el banquete, de por sí los ánimos estaban por los suelos con el discurso la atmósfera se volvió más tensa pues los frescos recuerdos del 2 de octubre volvieron. Una persona se levantó de su asiento: mi padre.

- Estamos de acuerdo con usted. Tenemos que hablar con nuestros hijos. Además, yo quiero proponer una cosa: que se forme una comisión de personalidades distinguidas o que cualquiera vaya a hablar, a entablar un diálogo…con los papás de los granaderos para que ellos hablen con sus hijos-.