Sergio Andrés de León nació en Nueva York en 1972. Se ha dedicado a actividades variopintas después de haber abandonado las divertidísimas cuestiones del Derecho. Pinta, escribe, baila tap, fuma puro de vez en cuando y baila con la mejor delas técnicas. Por el momento vende "tiempo compartido". Usted manda sus generales y Don Sergio se pone en contacto con usted. !Aproveche!

1.29.2006

ADELANTO DE LA NOVELA "SISÍFICA"

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Todas estas curiosidades que vemos a diario. Las coincidencias, las asociaciones, los flashback, los dejavú y otras exquisiteces cotidianas. Cuando trabajaba en el semanario Desde la fe la dirección estaba a cargo de Roberto. Un hombre simpático, feo y bastante zafio. Una vez me dijo que la segunda guerra mundial fue provocada por “la plaga del antisemismo” y en un editorial del semanario, en el que se suponía debía mandar un mensaje de amor a la comunidad judía, escribió que eran ellos los culpables del “antisemismo”. Él era alcohólico redimido y me quería salvar de la depravación del mundo. Un día me aconsejó que dejara de leer, pues la soberbia del demonio estaba en los libros. Recuerdo que en una presentación del semanario toda su plática giró en torno a su alcoholismo y en narraciones sobre las apariciones con el demonio. La forma en que narraba esas experiencias era seductora, tan real y diabólica. Roberto decía que una vez, en la hacienda de los retiros, un chavo se retorcía y empezó a hablar en diferentes idiomas. Uno de los guías del grupo se acercó al muchacho aquél. Lo tomó de la nuca, lo hincó y dijo que en nombre suyo y de Jesús saliera. Error. El poseído volteó y le dijo con los ojos en blanco: A Jesús lo conozco, pero no a ti, Ramón. Y una fuerza aventó a Ramón hacia una de las paredes. Hace un par de semanas leí eso en los Hechos de los Apóstoles. Yo creía que era una anécdota original, qué fiasco. Otro de sus cuentos era el ya muy conocido del lobo en la oscura carretera cuyos ojos brillan como ascuas, que el conductor trata de esquivar pero el animalote sigue en frente y de pronto el golpe, el conductor narra que al pegar en el parabrisas vio a un como hombre y después, al mirar por el retrovisor, era el mismo lobo con sus ojos como ascuas. De esas leyendas que ahora le llaman urbanas, pero que yo prefiero llamar… corrientes míticas alternativo-alienantes (¡!).
Uno de estos cuentos omnipresentes es el del novio con la novia que se queda sin gasolina en las soledades de las faldas de una montaña. A primera vista parecería un plan para batirse carnalmente con su novia. Pero no. Era verdad que la gasolina se había acabado en ese ya mítico Maverick 1977. El novio se puso su chamarra de gamuza, sacó el bidón de la cajuela. Le dijo a su novia que iba por gasolina, que lo esperara y que no le fuera a abrir a nadie. Y ella vio a su novio alejarse. Pasaron las horas, oscureció y el frío empezaba a calarle a ella. Estaba muy nerviosa. Escuchó ruidos y vio acercarse a una viejita con una canasta. La viejecilla, toda arrugas, desdentada, con el pelo desorbitado y blanco como la nieve, tocó en la ventanilla. Con temor, ella bajó un poco el vidrio. Escuchó a la anciana.
— ¿Me compra unas galletitas?
—No… seño, muchas gracias—, dijo ella intentando una sonrisa y más con pena que con miedo. Cerró la ventanilla. La vieja la observó y caminó unos pasos hacia delante. Ella veía a través del parabrisas cómo la anciana se iba renqueando. Se detuvo apenas un par de metros adelante del coche. Quitó el trapito de la canasta. Ella vio que lanzaba algo hacia el parabrisas, por reflejo se agachó. Escuchó que la anciana gritaba “quédate con esto”. Ella escuchó el golpe seco en el cofre del auto. Se incorporó y vio la cabeza de su novio. ¡Arrrrggggggg! Unos dicen que la novia del decapitado sigue internada en una clínica de Estados Unidos, otros que se suicidó, algunos que se casó y que ya hasta abuela es y que, probablemente, uno de sus hijos era el que esperaba de su novio que murió de forma tan trágica y que ella no quería llevar el papel de viuda por toda su vida y que tan pronto como pudo continuó con la carrera, salía con amigos, se volvió a enamorar, se casó y tuvo cuatro hijos, además del primero (al que se indica como posible hijo del muerto porque se parecen mucho).
Otra de las historias más socorridas es la del taxista que lleva a una pasajera a su casa, hasta se toma un café con ella. Platican de la vida. Ella le cuenta de las dificultades de darle mantenimiento a una casa tan vieja y tan grande. Al otro día el taxista va a visitar a la señora y se entera de que ella había muerto más de veinte años ago.
Una de las nuevas y más prometedoras es la de Maricarmen. Esa la escuché en la Arquidiócesis, donde hacíamos el semanario católico. Contó que un día, en las simas de la desesperación, se puso a rezar y le pidió a Dios que la dejara verlo una sola vez, una sola vez. Quería ver a Dios cara a cara. No pedía más y ella prometió redoblar sus esfuerzos para servirlo de por vida. Maricarmen salió de la iglesia cuando ya era de noche. Se metió por un callejón no muy bien iluminado. Ya bien entrado en él se dio cuenta de su error y volvía sobre la marcha cuando sintió que la jalaban de la bolsa. Asustada volteó y vio a un niño indigente.
—Hola, dijo él.
—Hola—, le contestó Maricarmen. Vio que el niño estaba tuerto. El niño se fue con una sonrisa en los labios. Maricarmen se quedó en medio del callejón sin poder articular palabra. Nunca volvió a ver al niño y redobló su fervor.